Corría el año 1922 y el joven inmigrante italiano Nicolás Notaro se aventuraba invirtiendo todos sus ahorros en la compra de un terreno sobre el camino Burgues para iniciar su propia producción de plantas. Esos ahorros eran los que había forjado desde su llegada al Uruguay junto a sus tíos, a la edad de 12 años.
    Vinculado siempre a las tareas agrarias, su trabajo como peón era remunerado con las propias plantas que cultivaba por las mañanas, vendiéndolas por la tarde montado sobre una clásica jardinera tirada por caballos, así como los tradicionales ramos de violetas que tenían su venta asegurada por las noches en el Café Vaccaro de la Avenida General Flores o en el Parque Urbano, cita obligada de las parejas montevideanas.
    Es así que decide iniciar su propia empresa: el Vivero Las Palmas, apoyado por su esposa, también inmigrante –de las Islas Canarias- y un par de “paisanos” de la lejana Italia.
    Ese respeto por el trabajo y amor por la naturaleza fue transmitido y aprendido por sus tres  hijos varones, los cuales fueron encontrando su lugar dentro de las actividades del Vivero, logrando que el mismo se desarrollara y expandiera, forjando y consolidando un prestigio reconocido ampliamente en el mercado.
    En el año 1982 Domingo Basso, hijo de uno de los pioneros del ramo, vende a los hermanos Notaro las 25 hectáreas ubicadas en el Camino Melilla, frente al campo de aviación.
    A los 83 años de su fundación, se le ha sumado además la tercera generación compuesta por diversos profesionales que mantienen el mismo espíritu de Don Nicolás.
    Para poder contar con una presencia física más cercana a la costa y al este de la ciudad, los Notaro adquirieron una gran casa construida por el arquitecto Julio Vilamajó, declarada Monumento Histórico, ubicada en la esquina de 21 de Setiembre y Benito Blanco.